Adopción de Any

Empieza a darse cuenta de que la vida no va de campos de tierra seca y soledad, de migajas, de miedo, de maldad.
Any ya no se encoge cuando alguien la toca y ha descubierto que lo que picaba no era la curiosidad sino las pulgas. Y que se duerme muchísimo más a gusto en el sofá que en el suelo de aquella casetilla improvisada con cuatro chapas mal puestas. Y que cuando te dan besos se te calienta el corazón, pero es un calor distinto al que hacía a la interperie sin sombra ni techo.
Tiene siete meses y no les interesaba mantenerla porque la llamaba y no acudía. Su función era corretear a los ratones, cazar ratas, para eso es de raza Bodeguero. Pero claro, es que la llamas y no viene. No sirve. No vale. Está justificao.
Deshacerse de ella fue como desalojar un desván y tirar un Van Gogh o un Miró pensando que es un cuadro viejo. Any es otra obra de arte de valor incalculable que necesitaba que le ayudaran a sacudirse el polvo (literalmente) y brillar en una foto.
Le hicieron sin saberlo ni importarle el favor más grande de su vida, porque ahora tiene la oportunidad de recuperar el tiempo perdido. Con siete mesecines de nada es una beba dulce, cariñosa hasta ser pesadita a veces, tierna y adorable. Está en Sevilla y puede viajar a otras provincias.
Sólo necesita que a alguien le haga clic el corazón.